Aquello que designamos como “energía” sirve para referirse
tanto el componente fundamental de toda la materia del universo como lo que
permite a la materia interactuar entre sí, cambiar y también evolucionar.
También lo “espiritual” es energía, como veremos. La base del universo son la
materia, la energía, el espacio, el tiempo y habrá que agregar la
estructuración. Siendo la energía tan fundamental, resulta muy importante
entender qué realmente es. Hasta ahora la física ha dado pasos gigantescos para
comprenderla. A continuación haremos una breve revisión de lo que ellaha
llegado a saber, para continuar posteriormentecon reflexiones más filosóficas.
Patricio Valdés Marín
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LA ENERGÍA EN LA FÍSICA
Mecánica
La física tiene la energía como uno de sus
pilares fundamentales. A los conceptos de cambio de movimiento y fuerza, es
decir, el principio de inercia de Galileo Galilei (1564-1642) y al concepto de
masa de Isaac Newton (1642-1727), la dinámica moderna incorporó el concepto de
energía. Este concepto tiene una data relativamente reciente. Fue desarrollado
a mediados del siglo antepasado, principalmente por William Thomson
(1824-1907), más tarde lord Kelvin, y W. J. MacquornRankine (1820-1872).
Comprende mucho de lo que se tuvo anteriormente por fuerza. Por consiguiente,
es preciso diferenciarlo del concepto fuerza. En física, “energía” se define
como la capacidad para realizar un trabajo y
se manifiesta en las transformaciones que ocurren en la naturaleza. Así, una cosa tiene energía si es capaz de ejercer una fuerza sobre
una distancia, es decir, trabajo. La capacidad de realizar un trabajo en una
determinada cantidad de tiempo es la potencia. De este modo, la energía no es
una cosa, sino que una capacidad, propiedad o facultad de la cosa, y se
distingue de la fuerza en el sentido de que la primera es un poder que tiene
una cosa o un cuerpo, y la segunda es ejercida por una cosa o cuerpo en uso
precisamente de ese poder.
Específicamente, la
energía es la medida de la fuerza que puede ejercer una cosa o cuerpo y está
relacionada con su masa a través de la velocidad. La energía es la capacidad
para efectuar trabajo, y éste, que es un estado del movimiento, corresponde a
una fuerza desarrollada a lo largo de un espacio determinado. Así, un trabajo
realizado por un cuerpo en posesión de energía lo efectúa cuando aplica una
fuerza, moviendo el punto de aplicación sobre un segundo cuerpo. El trabajo es
el producto de la fuerza por la proyección sobre ella del desplazamiento de su
punto de aplicación y depende de la dirección y sentido de la fuerza, siendo el
trabajo máximo cuando la proyección del desplazamiento sobre el punto de
aplicación tiene su dirección y su sentido. El trabajo es evidentemente nulo si
el desplazamiento y la proyección de la fuerza son perpendiculares. La energía
es, de este modo, una cantidad conservada, producto de la fuerza y la distancia
a través de la cual una fuerza actúa provocando un cambio del movimiento,
mientras que la fuerza es, en palabras de Miguel Faraday (1791-1867), la causa
de una acción, siendo la fuente de todas las posibles acciones de y sobre los
cuerpos y corpúsculos del universo. Por su parte, el concepto de potencia se
refiere al índice temporal al que es gastada la energía.
En mecánica la
energía está en función de la masa y la velocidad. Por masa se entiende el peso
de un cuerpo relativo a la gravedad y se conserva invariante a través de los
procesos físicos y químicos. Por una parte, la energía de un cuerpo depende de
la cantidad de masa. Por la otra, la energía de un cuerpo depende de su
velocidad. Pero la velocidad de un cuerpo es siempre relativa a otro cuerpo;
está siempre referida a otro cuerpo. Luego, la energía de un cuerpo está en
función de la velocidad que tenga respecto a este otro cuerpo. De este modo, la
energía de un cuerpo depende de su masa, la cual se mantiene sin modificación,
y de su velocidad que es siempre relativa a otro cuerpo.
La energía se
relaciona con la masa en dos formas distintas: como energía potencial y como
energía cinética. Esta distinción nos ayudará a comprender mejor la idea de una
energía variable en razón de la velocidad y relativa a un segundo cuerpo. La
cantidad de energía potencial que un cuerpo puede acumular en sí mismo depende
primariamente de la cantidad de masa que contenga. Secundariamente, la energía
potencial es una medida del efecto que un cuerpo es capaz de ejercer sobre un
segundo cuerpo en virtud de sus respectivas posiciones, direcciones y
velocidades relativas.
Para ser utilizada,
la energía potencial debe transformarse en energía cinética. Más aún, para
volverse en otras formas de energía la energía potencial debe transformarse
primero en energía cinética. Pero la transformación de la energía potencial en
energía cinética es sólo un asunto de perspectiva. Conforme se relaciona un
cuerpo con otro en función del movimiento, la cantidad de masa específica que
el primero contiene adquiere una energía cinética determinada por el movimiento
relativo de ambos cuerpos. Luego, la energía cinética es la medida del efecto
que la masa de un cuerpo puede ejercer sobre la masa de otro por obra de la
velocidad.
Termodinámica
La termodinámica,
disciplina que analiza los procesos físicos que operan en cualquier sistema en
términos de estado, y en oposición a la mecánica, complementa la descripción de
la energía con gran brillo. Sus dos primeras leyes tienen una significación análoga:
la energía de un sistema aislado es constante y su entropía tiende a un máximo.
Su primera ley, enunciada primeramente por Hermann von Helmholtz (1821-1894) a
partir del experimento de James Joule (1818-1889) que probaba la equivalencia
del calor y del trabajo mecánico, es la de la conservación de la energía. Esta
afirma que todo cambio en la materia debe ser compensado exactamente por la
cantidad de energía: “la energía no puede ser creada ni destruida, sólo se
transforma”. La energía total de un sistema aislado es siempre constante, a
pesar de las transformaciones que haya sufrido.
Del mismo modo como
toda estructura está constituida, en último término, por partículas
fundamentales, los diversos tipos fundamentales de fuerza asociados a las
estructuras son también limitados. Estas fuerzas transfieren un conjunto
limitado de energías y también se disuelven en el mismo conjunto. Podemos
distinguir entre estas energías la térmica, la química, la radiante, la
eléctrica, la mecánica y la atómica. Únicamente la energía radiante puede darse
en ausencia de masa o de carga eléctrica, pues existe en los fotones. Estas
diversas formas de energía pueden transformarse unas en otras mediante un
motor, el cual relaciona lo que tienen en común, que es la fuerza. Ésta se
expresa en el cambio del movimiento de los cuerpos, desde partículas
subatómicas hasta galaxias. Observemos que las estructuras no pueden
interactuar si las fuerzas correspondientes no están relacionadas a energías
del mismo tipo para que puedan sumarse, restarse o anularse.
El siguiente
ejemplo puede ilustrar el caso: la reacción nuclear del Sol, asociada a las
estructuras de los núcleos de hidrógeno, produce luz, la que es transmitida por
radiación a la Tierra. Esta radiación produce la fotosíntesis, fenómeno químico
asociado a una estructura molecular y que produce una estructura con un cierto
contenido energético aprovechable. En su estado leñoso o de combustible fósil
esta estructura puede combustionarse químicamente para generar calor. El calor,
transmitido por radiación infrarroja, conducción y convección, excita los
átomos de la estructura cristalográfica del receptor, logrando elevar su
temperatura. Si es agua, puede transformarse en vapor, alterando su propia
estructura intramolecular, y adquirir presión, esto es, conservar en sí la
energía inicial. La presión del vapor puede mover un mecanismo asociado con una
estructura mecánica, como un pistón o una turbina, y hacer girar un eje. Su
movimiento, transmitido a un rotor, puede, en combinación con un estator,
generar electricidad, energía asociada a la estructura del manto electrónico de
los átomos. Mediante una resistencia eléctrica esta energía puede transformarse
en calor y proseguir por un ciclo diferente y así sucesivamente ad in aeternum de acuerdo a la primera
ley de la termodinámica o ley de conservación de energía.
La segunda ley de
la termodinámica, enunciada por primera vez por Nicolás Carnot (1796-1832), nos
señala no obstante que cada transformación efectuada es irreversible si no hay
aporte adicional de energía, siendo la irreversibilidad una característica
fundamental de la naturaleza. La energía tiende a fluir desde el punto de mayor
concentración de energía al de menor concentración, hasta establecer la
uniformidad. Esto es, el flujo tiene un solo sentido y, por tanto, demuestra la
irreversibilidad del tiempo, rompiendo la simetría entre el antes y el después
y estableciendo la diferencia entre la causa y el efecto. La obtención de
trabajo a partir de energía consiste precisamente en aprovechar este flujo.
Más tarde, Rudolf
J. E. Clausius (1822-1888) aportó la idea de que “en toda transformación que
resulte irreversible en un sistema aislado, la entropía aumenta con el tiempo”.
Entropía, palabra griega que significa transformación, es el término que
Clausius empleó para representar el grado de uniformidad con que está
distribuida la energía. Cuanto más uniforme, mayor es la entropía. Cuando la
energía está distribuida de manera perfectamente uniforme, la entropía es
máxima para el sistema en cuestión. Las concentraciones de energía tienden a
igualarse y la entropía aumenta con el tiempo.
Usualmente la
entropía se la representa figurativamente, a partir de Ludwig Boltzmann
(1844-1906), como una medida de desorden. A pesar de que esta imagen ha ganado
popularidad, frecuentemente ella se presta a gran confusión y muchos equívocos,
pues el desorden se lo representa en forma estructural y, por lo tanto,
estático, en circunstancias de que la entropía se trata de un fenómeno dinámico
y se refiere únicamente a la energía. El error es explicar lo que ocurre con la
energía recurriendo a la estructura. Y así, algunos (en realidad, muchos),
expresando figurativamente la segunda ley al modo de Boltzmann, afirman que el
desorden, imaginado como homogeneización estructural, siempre aumenta con
cualquier proceso que ocurra en un sistema aislado, lo cual es un error.
A pesar de la
difusión que ha tenido la identificación de la idea de homogeneización, propia
del desorden estructural, con el concepto de uniformidad con que se describe la
entropía a partir de Clausius y Boltzmann, sugiero no obstante que por entropía
debe entenderse genéricamente transformación, tal como es su etimología. Ahora
bien, desde el punto de vista de la energía, por entropía debe entenderse
específicamente una medida de disponibilidad de energía o de la probabilidad
del estado de un sistema físico; si un sistema se ha desviado de su estado de
equilibrio estadístico, la probabilidad de que vuelva a dicho estado es mucho
más grande que la de que se aleje aún más.
En palabras no
cuánticas, lo decisivo de esta segunda ley es que afirma simplemente que en un
sistema cerrado, en el que la energía permanece constante, disminuye la
cantidad de energía disponible para realizar trabajo; se puede convertir todo
trabajo en calor, pero no se puede convertir todo el calor en trabajo. Así,
aunque se mantiene el haber total de energía, no toda ella puede ser convertida
en trabajo, puesto que éste siempre fluye del cuerpo caliente al frío o, más
genéricamente, desde el que tiene mayor energía potencial hacia el que tiene
menos. En consecuencia, el trabajo aprovechable en cualquier proceso concreto
ocurre entre dos estados determinados de energía potencial. Una vez agotada la
energía disponible cesará el proceso. Si se quisiera efectuar nuevo trabajo
útil habría que abrir temporalmente el sistema cerrado y suministrarle energía
adicional.
Tiempo después, el
mismo Clausius introdujo el interesantísimo concepto de “disgregación” a manera
de una medida de la ordenación de las moléculas de un cuerpo, dándole una
explicación mecánica. Contrario a esta nueva formulación de la segunda ley de
la termodinámica, James Clerk Maxwell (1831-1879) argüía que ésta es una ley
esencialmente estadística que describe el comportamiento de un gran número de
moléculas y que no puede ser explicada mediante una teoría de los movimientos
moleculares individuales. Pero para Clausius la disgregación es más fundamental
que la entropía, y desde nuestra perspectiva, él andaba por el camino correcto,
pues la segunda ley, más que entenderse como cambio y transformación, o
desorden, se refiere principalmente al efecto de la aplicación de trabajo.
Así, en todo
sistema en que la energía se convierte en trabajo, existe tanto desestructuración
como estructuración de la materia. Pero puesto que toda estructura es funcional
en toda escala a partir de la estructura más fundamental de todas, el resultado
neto de la aplicación de trabajo, que termina en entropía, es recíprocamente una
mayor estructuración de la materia. Más que un simple ordenamiento de
moléculas, partículas o cualquier otro tipo de unidades, como pensaba Clausius,
la disgregación es en realidad estructuración. Si lo que antes era y ahora
aparece disgregado, la disgregación es en efecto la estructuración de otra cosa
probablemente más compleja. De éste modo, todo trabajo se emplea en el proceso
de estructuración, y toda transformación produce nuevas estructuras, incluso de
escalas superiores.
Boltzmann sólo era
capaz de ver desorden como resultado del ingreso de energía en un sistema. Si
un tarro de pintura recién abierto, que contiene un conjunto heterogéneo de
materiales, tales como pigmentos diversos, aceites, disolventes, etc. en
estratos, lo revolvemos, es decir, traspasamos la energía de nuestro brazo al
sistema del tarro, al cabo de unos minutos los compuestos quedarán
homogeneizados y podremos aplicar el compuesto a una superficie para que quede
de un solo color. Boltzmann hubiera dicho que el desorden es completo y la
entropía máxima. No obstante él habría estado en un error. Para explicar este
dilema, podríamos considerar esta aplicación de energía como una condición del
sistema. Entonces, al cabo de días o semanas de revolver, sin duda aparecerán
algunos pequeños conglomerados y grumos en ella, hasta que se produzca algún
tipo de estructuración nueva, probablemente no tan funcional a nuestras
necesidades como para cubrir de color alguna superficie.
Sin embargo, la
estructuración que resulta de la entropía no se limita unilinealmente a la sola
escala del sistema considerado, como ocurre cuando una sustancia, junto a otra
(u otras) se transforma en una tercera. Así, por ejemplo, algunos seguidores de
Boltzmann debieran “lamentar que cristales de sacarosa deban disolverse
irreversiblemente en, digamos, un determinado volumen de leche de vaca. Pero si
tras aplicar calor y revolver la mezcla por un tiempo obtenemos una nueva
estructura caracterizada por un color, textura, sabor y hasta aroma que nos
deleita y que llamamos “manjar blanco”, ya no tendríamos razón para
lamentarnos. Incluso, aquellos seguidores quedarían perplejos si esta nueva
estructura se transformara en subestructura de otra extraordinaria estructura
que llamamos torta de panqueque con nuez.
Lo que indica el
ejemplo anterior es que las fuerzas exógenas que intervienen en un sistema
producirán ciertamente grados de desestructuración y de homogeneización. Si
estas fuerzas exógenas son consideradas como condiciones del sistema, como por
ejemplo, la fuerza de gravedad, la radiación solar, la presión atmosférica, la
humedad relativa, etc., no sólo las fuerzas endógenas de las partículas
fundamentales, sino que también la capacidad funcional de las estructuras para
transformar energía exógena y para relacionarse mutuamente, conseguirán nuevas
estructuraciones de la materia.
El punto que se
debe destacar es que la energía que ingresa en un sistema no lo hace en forma
indiferenciada, sino que mediante algún tipo específico de fuerza o de fuerzas.
Ciertamente, a una causa determinada sigue un efecto también determinado. Este
efecto puede ser una estructuración a escala superior, como cuando se juntan
dos átomos de hidrógeno con uno de oxígeno. La estructuración resulta
virtualmente impredecible, no pudiendo establecerse el efecto específico que
sigue, cuando una pluralidad de causas actúa en forma aleatoria y variable.
En consecuencia, se
puede sugerir que entropía no significa sólo homogeneización, sino que su
resultado es la estructuración, y que lo que la segunda ley de la termodinámica
expresa realmente es que en un sistema cualquiera la energía disponible
empleada para realizar trabajo no produce necesariamente uniformidad y menos
desorden. Por el contrario, esta energía se utiliza para estructurar la materia
según la funcionalidad de las estructuras y dependiendo de sus distintas
escalas, desde las más simples hasta las más complejas. Además, las estructuras
creadas obtienen un equilibrio energético y una conservación molecular,
situación que tiende a mantenerse mientras el sistema no entregue ni absorba
energía, esto es, que no sea ni causa ni efecto.
Si se deseara
aumentar al máximo la entropía, el estado final del proceso debiera tener la
temperatura más baja posible. La entropía máxima que se puede esperar es que
toda la energía haya sido empleada en el proceso de estructuración. Sin
embargo, la entropía tiene un límite que es expresado por una tercera ley de la
termodinámica: “conforme nos acercamos al cero absoluto, las energías libres y
totales llegarán a hacerse iguales”. Esta ley implica que nunca un cuerpo puede
llegar a la temperatura de cero absoluto, punto en el cual los procesos
transcurren sin pérdida de energía. El cero absoluto no puede ser alcanzado; es
inaccesible. A la temperatura de cero absoluto simplemente deja de haber
movimiento. De este modo, mientras la velocidad finita de la teoría de la relatividad
fija el límite máximo a los cambios de energía posible, la energía de punto
cero de la termodinámica les fija el límite mínimo. Esta limitación de un
proceso natural --el alejamiento asintótico de un ideal propuesto por las
nociones matemáticas de infinito y cero-- condiciona la realidad del universo.
Todos los cambios reales de energía son finitos y todo cambio de energía, por
pequeña que sea, implica pérdida. Jamás se puede alcanzar la estructuración
absoluta.
Todo sistema, en
cuanto estructura, pertenece a un sistema de escala mayor, siendo el mayor de
todos, límite absoluto de todo, el mismo universo. En este sentido, ningún
sistema puede ser considerado absolutamente cerrado, pues forma parte del
universo de una u otra manera. Y el universo, en tanto sistema, no es cerrado,
pues sus límites se van expandiendo en forma continua y permanente a la misma
velocidad que la máxima que puede alcanzar la causalidad, que es la de la luz.
Teoría especial de la
relatividad
Para la teoría
especial de la relatividad, producto del genio de Albert Einstein (1879-1955), el
acrecentamiento de la energía cinética de un cuerpo ocurre simultáneamente con
el de su masa, y alcanza a ser enorme para velocidades próximas a la de la luz,
llegando a ser infinita si la masa lograra dicha velocidad, cosa que
lógicamente es imposible experimentar, indicando que la velocidad de la luz es
una barrera infranqueable. Einstein dedujo que la energía de un cuerpo en
reposo es el producto de su masa por el cuadrado de la velocidad de la luz,
relación que se escribe en la famosa fórmula E = m c². Así, la energía
contenida en la masa es enorme (1
gramo de masa contiene 9 billones de julios, ó 25
millones de kilovatios hora). Esta realidad es de gran importancia y significa
que la energía y la masa son interconvertibles, siendo la masa un enorme
acumulador de la energía y siendo ambas dos aspectos de una misma realidad. Si
en el comienzo del universo sólo hubo energía, la masa existente ha sido el
producto de la conversión de parte de dicha energía.
Así, pues, la
teoría de la relatividad especial surgió para compatibilizar la idea newtoniana
de que toda velocidad, incluida la de la luz, depende del movimiento del
observador, con la idea de que la velocidad de la luz es la misma para todos
los observadores. Esta teoría, publicada por Einstein en 1905, se denomina
“especial” o “restringida” porque se refiere al movimiento a velocidad
constante respecto al observador, y se distingue de la teoría “general”,
publicada diez años después, que se refiere al movimiento uniformemente
acelerado. Analizaremos a continuación el fundamento de esta primera teoría.
Newton supuso que
para las leyes físicas de la inercia y la gravitación debe existir un sistema
de referencia absoluto. Este sistema lo atribuyó a un tiempo y un espacio
absolutos, donde los acontecimientos son simultáneos. Esta idea probó ser una
abstracción, o una simplificación de la realidad. Así, pues, mientras los
parámetros de tiempo y espacio fueron considerados absolutos, se pudo pensar en
la simultaneidad de los sucesos para distintos observadores. Pero, a partir del
descubrimiento realizado por Albert A. Michelson (1852-1931) y Edward Morley
(1838-1923) de que la velocidad del movimiento tiene un límite absoluto de 299.793 kilómetros
por segundo en el espacio vacío, Einstein revolucionó la concepción euclidiana
respecto a la infinitud y la eternidad del universo. En primer término, si la
velocidad máxima del movimiento es la de la luz y tiene un valor absoluto, ella
constituye una constante universal. Esta velocidad máxima para la propagación de
una causa se refiere tanto a los fenómenos electromagnéticos, por ejemplo la
luz, como a los fenómenos gravitacionales, y es el tope absoluto para el
movimiento de la masa.
En segundo lugar,
si la velocidad del movimiento tiene un límite máximo absoluto, entonces el
tiempo y el espacio tienen que ser relativos para un observador con relación al
cuerpo observado que se mueve, ya que la velocidad de la luz es enteramente
independiente del movimiento tanto de la fuente luminosa como del observador.
Así, dos sucesos acaecidos en lugares diferentes son o no simultáneos
dependiendo de la posición del observador. El universo no tiene un sistema de
referencia absoluto, diría Einstein. Agregaremos que los únicos referentes
absolutos para el universo son su inicio en el big bang, la gran explosión que
estuvo en el origen del universo, y el tiempo presente del observador. El hecho
de que el tiempo y el espacio son en sí mismos relativos y que se relacionan
entre sí a través de la velocidad de la luz, único parámetro absoluto, llevó a
Einstein a hablar, no de tiempo y espacio, sino de espacio-tiempo.
La teoría de la
relatividad especial parte, como hipótesis fundamental, de que las acciones no
pueden propagar sus efectos con una velocidad mayor que la de la luz. La propagación
de la fuerza no puede superar la velocidad de la luz. Esta velocidad es el
límite de la propagación del efecto en el cono de luz, que comprende los puntos
espacio-temporales que son alcanzados por la onda lumínica emitida por el punto
activo. Puesto que el campo de fuerza, cuya velocidad máxima es la de la luz,
determina las relaciones espacio-temporales entre los sucesos, no puede existir
un sistema de referencia absoluto. Todos los sistemas inerciales son
equivalentes, y la contracción de las longitudes y la dilatación de las
duraciones observadas son recíprocas. En el espacio-tiempo newtoniano podemos
suponer que entre el pasado y el futuro se intercala un momento infinitamente
breve, al que llamamos el instante actual. Einstein descubrió que lo que se
intercala es un intervalo temporal finito cuya amplitud depende de la distancia
espacial entre el acontecimiento y el observador, y, en último término, entre
la causa y el efecto, pues lo percibido por el observador es el efecto del
acontecimiento.
Al aceptar que la
velocidad de la luz es constante, se debe aceptar también una serie de
fenómenos inesperados que salen de nuestra experiencia cotidiana. Famosos son
los ejemplos de Einstein empleando trenes en marcha, varas de medida y relojes
para dar a entender que para un observador los objetos tienden a acortarse en
la dirección del movimiento hasta llegar a una longitud nula en el límite de la
velocidad de la luz (contracción de FitzGerald). En dichos objetos, para el
observador, el paso del tiempo tiende a hacerse más lento, hasta detenerse en
el límite de la velocidad de la luz. Para el mismo observador la masa de
aquellos objetos en movimiento tiende a aumentar con la velocidad hasta hacerse
infinita con la velocidad de la luz (transformación de Lorentz).
El corolario que
sigue es que la energía que se debe imprimir a un cuerpo tendría que ser
infinita para que llegara a alcanzar la velocidad máxima límite; o, desde el
punto de vista complementario, la masa de tal cuerpo que alcance la velocidad
de la luz llegaría a ser infinita en la perspectiva del observador ubicado ya
sea en el punto de partida o en el de llegada; toda la energía que se le
transfiera se va convirtiendo en masa a medida que el cuerpo se va desplazando
cada vez más cercano a la velocidad de la luz, desde el punto de vista de dicho
observador. Por ello, a la velocidad máxima absoluta, o de la luz, no puede
haber masa. De ahí que tan solo los neutrinos y los fotones, las únicas
partículas que se desplazan a esa velocidad, no tienen masa ni carga eléctrica,
y de éstos, sólo los fotones tienen únicamente energía.
La energía que
contendría la masa de un cuerpo que viajara a la velocidad de la luz es más que
el suplemento de masa que se agrega a la masa de un cuerpo cuando es sacado del
reposo y que proviene de la transformación, proporcional al cuadrado de la
velocidad, de su energía cinética en masa, según lo establecido por Newton.
Según la teoría de la relatividad, ese suplemento es infinito. El suplemento de
masa no es proporcional a la velocidad, sino que se va haciendo asintóticamente
infinito a medida que la masa se acerca a la velocidad de la luz.
Einstein dedujo que
la masa y la energía son interconvertibles a la velocidad de la luz. A esta
velocidad la masa adquiere una nueva función, además de las establecidas por
Newton de inercia y gravedad. Su sencilla fórmula E = mc² afirma que la masa es
una forma muy concentrada de energía, pues el valor de la velocidad de la luz
al cuadrado es realmente grande. Esta relación fue experimentalmente comprobada
en 1932 por Cockroft y Walton, en su acelerador de partículas, al descomponer
en dos núcleos de helio un núcleo de litio, bombardeado con protones de
hidrógeno. La famosa fórmula significa que la masa es condensación de energía y
que puede también convertirse en energía.
Energía discreta
Cinco años antes de
que el citado Einstein enunciara su notable teoría, la de la relatividad
especial, y a días de comenzar el siglo XX, el 14 de diciembre de 1900, Max
Planck (1858-1947), a pesar de sus propias convicciones, pero a consecuencia de
los porfiados hechos empíricos, se había visto obligado a emitir la otra gran
teoría que, en el siglo XX, conmocionó la física hasta sus cimientos. Había
concluido que contra toda lógica la energía de la radiación de un cuerpo negro
está cuantificada y es emitida de forma discontinua, como unidades discretas,
es decir, que la energía que se intercambia entre dos cuerpos es en forma
celular e indivisa.
Aunque supuso que
la discontinuidad reside únicamente en el intercambio de energía entre el
cuerpo y la radiación, se comprobó más tarde que el cuerpo no sólo está
conformado por unidades discretas que generan lugares espaciales, sino que
estas unidades, por el hecho de ser discretas, emiten o reciben energía también
como unidades discretas o cuantos de energía, es decir, sin continuidad alguna.
Es como una llave de agua: abierta completamente sale un chorro, el que va
disminuyendo en la medida que la llave se va cerrando; pero en un punto dado
del cierre el agua no seguirá fluyendo como un hilillo cada vez más fino, sino
que como gotas muy uniformes y cuya frecuencia irá disminuyendo con cada
apriete para cerrar la llave. Tal como la teoría de la relatividad había puesto
límite a la velocidad de la relación causal, la mecánica cuántica afirmaba que
la relación causal no es continua. El cambio en la escala más pequeña se
producía por saltos y no en forma continua. De este modo, se concluía que la
energía se transmite en “paquetes” o cuantos (de la palabra latina quantum).
A partir de la
mecánica cuántica, el mismo Einstein explicó, en 1918, el fenómeno fotoeléctrico,
o más bien, el fenómeno fotoeléctrico explica la mecánica cuántica mejor que el
de las radiaciones del cuerpo negro empleado por Planck. Fue por esta
contribución, y no por su revolucionaria teoría de la relatividad, que él
recibió el premio Nobel. El proceso de absorción de la luz y emisión de
electrones es un proceso estadístico, en el cual el átomo captura cuantos
luminosos, granos de luz, o “fotones” como él los designó, de cierta
frecuencia, y expulsa electrones, y la velocidad de los electrones expulsados
no depende de la intensidad de la luz, sino de su frecuencia.
Podemos inferir que
no existe un continuum preexistente
de espacio-tiempo, como Einstein supuso, sino que tanto el espacio como el
tiempo comienzan a existir a partir de dimensiones muy pequeñas y discretas
–las definidas por el número de Planck–, es decir, las que pueden establecer
dos o más partículas subatómicas cuando interactúan. En otras palabras, la
existencia del espacio y el tiempo está determinada por la interacción causal
de la materia. Para que estas partículas materiales puedan interactuar
necesitan poseer energía. Pero el intercambio de energía entre las partículas
fundamentales es discreto, es decir, la energía se traspasa en paquetes o
cuánticamente. Esto quiere decir que ambos, el tiempo y el espacio, no son
continuos ni infinitesimalmente pequeños, sino que son granulados,
constituyendo el número de Planck la menor dimensión de los granos de
espacio-tiempo.
LA ENERGÍA EN LA METAFÍSICA
La energía como masa y carga
eléctrica
En el curso de la
historia del universo, cuyo origen estuvo en una cantidad infinita de energía
contenida en un punto espacial infinitamente pequeño, se puede suponer que la
condensación de energía, en la medida que el espacio se fue expandiendo a la
velocidad de la luz, ha tenido como resultado una creciente estructuración de
la materia que ha tenido como principio la conversión de energía en masa y
carga eléctrica. Todas las cosas del universo no han emergido con diferentes
grados de estructuración, sino que han surgido a partir de las partículas
fundamentales que han sido el inicio de la estructuración de la materia para
proseguir a través de escalas sucesivas cada vez más complejas. Toda estructura
es una forma de contener energía, y la masa y la carga eléctrica se han ido
estructurando en formas cada vez más eficientes de contener y utilizar energía.
La energía es una
propiedad de la masa y de la carga eléctrica. Para ejercer fuerza un cuerpo
requiere de esta propiedad. Incluso el fotón, que es energía, no puede ser
identificado con la energía pura, pues es una partícula que la mediatiza de
modo cuántico según una determinada longitud de onda y una determinada
frecuencia, las que determinan que pertenezca a los fenómenos electromagnéticos,
teniendo además la particularidad de transportarla a la velocidad de la luz. La
energía mediatizada por la masa y la carga eléctrica resulta en funciones
específicas que se presentan en fuerzas. La masa posee dos tipos específicos de
funciones: la inercia y la fuerza de gravedad, y la carga eléctrica posee la
fuerza electromagnética que posee dos signos antagónicos. Así, la energía es un
principio que es común a toda la materia. No sólo es intercambiable con la
masa, según la teoría especial de la relatividad, sino que también de ella
surge el par de cargas eléctricas de signos contrarios y en ella este par se
disuelve cuando se vence la resistencia de la repulsión entre las cargas.
Entonces un cuerpo
no es sólo masa. La materia se presenta también como carga eléctrica. Estas
manifestaciones de la materia producen fuerzas correlativas. Siempre que la
materia esté considerada como masa, está referida a las fuerzas gravitacionales
y genera un campo gravitacional. Pero si la materia está considerada como carga
eléctrica, está referida a las fuerzas electromagnéticas y genera un campo
electromagnético. En ambos campos específicos es posible la interacción de las
partículas. Puesto que estas dos fuerzas generan campos de alcance infinito,
éstas son decisivas en la estructuración de la materia en todas sus escalas
posibles.
En el estudio de
las partículas subatómicas, se observa que la materia se presenta activa de
otras maneras. Así, si la materia está considerada como núcleo atómico, está
referida a la fuerza llamada “nuclear fuerte” que mantiene a los protones y
neutrones firmemente unidos en el núcleo atómico, dándole estabilidad y
evitando que los protones, por poseer el mismo tipo de carga eléctrica, se
repelan entre sí y tiendan a separarse. El radio de acción de esta fuerza es de
corto alcance. En las reacciones en que intervienen leptones (electrones,
positrones, neutrinos y muones), aparece una nueva clase de interacción que es
más débil que la fuerza electromagnética, aunque muchísimo más fuerte que las
fuerzas gravitatoria y de alcance muy corto. Se la conoce como “interacción
débil”.
También pudiera ser
considerada, además de las cuatro fuerzas mencionadas, una fuerza que estaría
actuando en la escala fundamental, que daría cuenta de la unión de la masa con
la carga eléctrica, pues es claro que una carga eléctrica no puede existir sin
estar asociada a masa. Esta fuerza debiera ser poderosísima, pues tanto los
electrones como los protones son extremadamente estables. Ambos poseen masa y
carga eléctrica, y son también las partículas que siempre aparecen después de
la desintegración de partículas con mayor masa. Hasta ahora no se ha construido
algún acelerador de partículas lo suficientemente poderoso como para
desintegrarlos y separar la masa de la carga eléctrica.
Lo que puede
concluirse de lo anterior es que la energía no es una capacidad indiferenciada
y amorfa que posee un cuerpo, sino que es un germen que puede transformarse en
masa y carga eléctrica o ser usada por la masa o la carga eléctrica de manera
tan distintiva que llega a poseer un comportamiento o función absolutamente
determinado, y de este comportamiento se pueden reconocer leyes naturales.
Desde el mismo comienzo del universo la energía se ha condensado en
determinadas partículas fundamentales distintivas, siendo las pertenecientes a
cada tipo idénticas entre sí y funcionando del mismo modo. Adicionalmente,
éstas han podido interactuar e interactúan de modo absolutamente determinado en
su propia escala y pueden estructurar cosas en escalas superiores también de
modo determinado. Esto resulta evidente en cosas de escalas primitivas, como
partículas subatómicas, átomos y moléculas. La complejidad de las estructuras
de escalas superiores opaca este hecho de una funcionalidad específica y determinada.
La
energía en evolución
Haremos
el esfuerzo de intentar aproximarnos a la realidad desde la perspectiva de la
energía y no de la materia. Consideremos que esta última ha sido el objeto
material de los filósofos desde la antigüedad. Ni Heráclito, para quien todo es
devenir, filosofó sobre la energía. La razón es que el concepto de energía
surgió con la ciencia moderna, recién a partir de la segunda mitad del siglo
XIX. Ello quiere decir también que nuestro esfuerzo filosófico será hecho sobre
fundamentos construidos por la ciencia que ya revisamos.
El universo,
considerado después del bigbang, es el objeto de estudio tanto de la ciencia
como de la filosofía, disciplinas que han encontrado en el análisis de las
relaciones y de las causas la posibilidad del conocimiento objetivo. Las
anteriores afirmaciones, de carácter más bien filosófico, pueden ser hechas
ahora y después de decisivos descubrimientos y desarrollos científicos. Estos
descubrimientos y desarrollos están relacionados con la energía y la materia,
la masa y la carga eléctrica, el tiempo y el espacio, la causa y el efecto, la
fuerza y la estructura.
El
bigbang marca el principio del universo y también lo más antiguo que nos es
posible llegar a conocer. Lo que ocurrió antes de este singularísimo evento nada
podemos conocer, pues nuestro conocimiento proviene de la experiencia u
observación acerca el universo. En la experiencia científica podemos observar y
medir la energía —presión, temperatura, fuerza, etc.—, pero no directamente,
sino que en los objetos materiales. Podemos concluir que la energía no tiene
existencia en sí misma. Sin embargo, si afirmamos tal cosa, podemos inferir que
ella debió previamente haber estado contenida en alguna entidad. Los conceptos
bíblicos de “creación” y del universo como “soplo divino” comienzan a adquirir
un significado objetivo.
A partir de la
famosa ecuación de Einstein, de que la energía es igual a la masa por la
velocidad de la luz al cuadrado, se puede concluir con algo que no es tan
evidente: que la energía no existe por sí misma, sino que está vinculada a
algo. En nuestro universo ese algo es material, como la masa o la carga
eléctrica. Se podría afirmar también que previo al bigbang, toda la infinita
energía que compone el universo, ya sea como materia o vinculada a la materia,
estuvo contenida en un agente que muchos denominan su creador, por lo que
bigbang se puede definir como un traspaso instantáneo, irreversible y
definitivo de energía infinita a nuestro material universo en el mismo instante
de su inicio. Sigue a continuación la idea de que la energía que este agente suministró
al universo, tal como si fuera un sistema, no termina en desorden, sino que es
utilizada para estructurar la materia.
Aunque este agente,
que algunos pueden llamar Dios, pudiera estar al comienzo de la existencia del
universo, su acción posterior sobre éste proviene de haberlo creado con
capacidad para evolucionar y estructurarse en formas cada vez más complejas a
partir de lo más simple: la energía primigenia. Esta idea difiere radicalmente
del pensamiento tradicional, anevolutivo y fundamentalista, que ha sido
influenciado por el Génesis, del que
se deduce que la creación consistió en un conjunto de actos divinos efectuados
en el principio de los tiempos y para todos los tiempos. Pero este agente no
creó cosas por etapas. Lo que podríamos decir es que en un instante dado, de
esta entidad meta universalemanó una energía infinita que contenía el código para
todas las leyes naturales que comandan el funcionamiento del universo y que
estuvo condicionada para condensarse en determinadas partículas fundamentales
tan específicamente funcionales que conforman una materia con capacidad para,
en el curso del tiempo, estructurarse indefinidamente y evolucionar en
infinitas formas a través de una multiplicidad de escalas. Desde luego, esta
idea contradice la afirmación de San Agustín (354-430) de que Dios creó el
universo ab nihilo, es decir, de la
nada.
Si al universo le
suponemos un comienzo, como se desprende con fuerza cada vez mayor de todos los
descubrimientos cosmológicos que se han ido efectuando, para comenzar a
existir, la materia necesitó de un acto de creación por parte de un agente
externo a ella, como se ha dicho más arriba. Aunque sostengamos con Stephen W.
Hawking (1942- ) que la materia salió de la nada a través de una separación de
ella y su contraria, la antimateria, debió necesitar de todos modos de un
agente externo al universo que de la nada haya, en un momento dado y con gran
traspaso de energía, producido o separado estas dos existencias mutuamente
extinguibles, pero generadoras a su vez de energía. Algo similar puede decirse
de Ernst Pascual Jordan (1902-1980), quien postuló que no existe diferencia
energética alguna entre el universo de cosas y el universo vacío, pues a la
energía ligada a la masa se podría restar la energía gravitacional, ambas
supuestamente de un mismo valor equivalente.
Una explicación a
esta correlación energética puede residir en la posibilidad de que la fuerza
gravitacional esté vinculada a la energía primigenia del acto creativo del
bigbang que propulsó radialmente la masa a la velocidad de la luz, siendo la
masa misma condensación de la energía primigenia. Según esta teoría propuesta
por el autor de este ensayo, el bigbang sería una especie de tronco o base para
toda la masa del universo, uniendo dicho acto al comienzo del universo con el
momento presente. En un segundo punto de vista, la de cada observador en
particular—o la de cada cosa existente— el bigbang envuelve su propio universo
(ver http://metrocosmos-es.blogspot.com). Así,
pues, el bigbang, que no seríaotra cosa que el soplo divino, es el instante del
comienzo de la creación y es igualmente el capullo que envuelve todo el
universo. Estas ideas parecen menos fantásticas e inverosímiles que muchas de
las postuladas por eminentes cosmólogos, quienes, fieles a sus principios
científicos, no han querido tal vez introducir factores meta universales en una
realidad que forzosamente limita con lo que transciende el universo (siendo
quizás su otro límite la posible existencia después de la muerte de cada ser
humano).
Pero el ulterior
desarrollo y evolución del universo no necesita ni de una causa extra-natural
ni de una causa final para ser explicado. Reeditando en parte la noción deísta
dieciochesca de deus ex machina, los
procesos materiales prescinden de la causalidad divina y adquieren autonomía
inmanente en razón del determinismo de la causalidad y de la capacidad
inmanente de la materia para estructurarse. La estructuración que la materia en
definitiva actualiza es aquella que le es posible según las leyes que la rigen
y según la capacidad de subsistencia que la funcionalidad resultante de una
estructuración particular le confiere.
Cabría agregar que
si el curso de la evolución del universo tiene algún sentido más allá de la
estructuración histórica que ha experimentado la materia, no es resorte de la
ciencia para determinarlo. Por parte de la finalidad, si acaso la evolución y
la estructuración del universo tienen un propósito, una intención, una causa
final, es algo que es imposible inferir por su solo conocimiento. Y el hecho
comprobable de su progresiva complejificación, en términos de Pierre Teilhard
de Chardin (1881-1955), es insuficiente para concluir que existe necesariamente
una intencionalidad divina, aunque no lo es ciertamente para concluir sobre su
imposibilidad. Simplemente, el conocimiento objetivo no puede determinarlo.
Sin embargo, el
hecho de que el universo ha estado evolucionando desde su inicio y que seguirá
haciéndolo hasta el final de los tiempos nos indica que la creación es energía
que emana permanentemente desde el principio y es fuerza que continua
estructurando la materia. Las anteriores nociones son las que separan
abruptamente la mentalidad científica de la mítica. En la actualidad podemos
pensar que desde el primer instante de su existencia la materia tuvo las
características que no sólo le permitieron adquirir infinitas formas, sino
también la energía para ir conformando estructuras cada vez más complejas y
funcionales. Es maravilloso saber que la materia que compone el universo surgió
con una capacidad intrínseca para desarrollarse y evolucionar ilimitadamente,
pero según leyes y relaciones de causa-efecto muy determinadas.
La esencia de la energía
Podremos
entender la energía, en el término más genérico, como un principio de
actividad, cambio y estructuración. No es ni una cosa, una sustancia ni tampoco
un fluido. No tiene existencia en sí misma, pero está presente en todo el
universo. De hecho, el universo entero está construido de energía como su única
materia prima. Si el universo todo tuvo un mismo comienzo y si todo él está
compuesto por el mismo tipo de energía, el universo tiene unidad por origen y
composición,y las leyes de la naturaleza, cuyo descubrimiento tanto ocupa a los
científicos, se cumplen para todo el universo en el curso de su historia.
Una
característica de la energía es que no tiene ni tiempo ni espacio. Estos
parámetros pertenecen a la materia. Por lo tanto, el bigbang se originó en un
punto atemporal y adimensional. Podemos inferir que en el mismo instante del
bigbang la energía se convirtió en materia. Y en su interacción la materia
comenzó a desarrollar el tiempo y el espacio, y el universo comenzó a devenir,
expandiéndose desde entonces y desde este origen a la velocidad constante de la
luz. Dadas su densidad y su temperatura, en un comienzo y por algún tiempo el
universo estuvo constituido por un plasma abrasador y superdenso, pero que
tendía a enfriarse y a aligerarse por estar en expansión.
La
energía primordial no comenzó como algo amorfo o indeterminado. Como se dijo
más arriba, contenía en sí misma no solo los modos precisos y específicos de su
conversión en materia, sino que también el código de las leyes naturales por el
cual la materia interactúa, se estructura y evoluciona. Esta idea podría ser
una salida para la absurda polémica entre evolucionistas y creacionistas que
está en boga en EE.UU. Una parte de la energía se convirtió en masa y otra
parte, en cargas eléctricas bipolares. Desde luego, esta conversión no fue tan
simple y los físicos nucleares hacen enormes esfuerzos para comprender las
funciones y características de las decenas de partículas subatómicas que surgen
de las colisiones que ellos producen en aceleradores de partículas.
Lo
que puede concluirse de lo anterior es que la energía no es una capacidad
indiferenciada y amorfa que posee un cuerpo, sino que puede transformarse en
masa y carga eléctrica o ser usada por la masa o la carga eléctrica de manera
tan distintiva que llega a poseer un comportamiento absolutamente determinado,
y de este comportamiento se pueden reconocer leyes naturales. Desde el mismo
comienzo del universo la energía se ha condensado en determinadas partículas
fundamentales distintivas, siendo las pertenecientes a cada tipo idénticas
entre sí, por lo que funcionan del mismo modo. Adicionalmente, éstas han podido
interactuar e interactúan de modo absolutamente determinado en su propia
escala, y pueden estructurar cosas en escalas superiores también de modo
determinado, según las leyes naturales que va develando la ciencia.
Algunos
científicos creen observar un completo indeterminismo en el origen del
universo, pudiendo éste haber evolucionado indistintamente y al azar en
cualquier sentido. No logran considerar el hecho de que el universo ha seguido
la dirección impresa desde su origen según las propiedades de la energía
primordial, la que para nada ha sido azarosa. La energía primigenia ha ido
dando origen a la estructuración ulterior de la materia a partir de su
condensación primera en partículas fundamentales, en un acto de creación que no
tiene término y según un código preestablecido.
La
conversión de la energía en materia requirió ingentes cantidades de energía. La
conversión en masa obedece a la famosa fórmula de Einstein, E = mc², que indica
la enorme cantidad de energía requerida en su condensación en masa. Una energía
(cinética) infinita —concepto aborrecible por la ciencia, que estudia lo que es
delimitado— se requirió adicionalmente para proyectar la materia masiva desde
su origen en el bigbang a la velocidad de la luz hacia todas direcciones. La
conversión en carga eléctrica requirió también mucha energía. La fuerza para
vencer la resistencia entre dos cargas eléctricas del mismo signo es enorme. Se
calcula que solamente 100.000 electrones unipolares reunidos en un punto ejercerían
la misma fuerza que la fuerza de gravedad de toda la masa existente de la
Tierra. Habiéndose transformado la energía en masa y carga eléctrica, podemos
concluir entonces que la energía pasa a constituirse en una propiedad que
poseen ambos tipos de concreciones materiales de la energía.
A
partir del bigbang, fue posible también el desarrollo del tiempo y la extensión
del espacio. Este desarrollo y esta expansión no fueron independientes de la
conversión de la energía en masa y carga eléctrica. Las partículas
fundamentales responsables de estas dos propiedades son altamente funcionales y
generan sus propios campos espaciales de fuerza, dentro de los cuales pueden
interactuar causalmente. A partir de la transformación de la energía en
partículas fundamentales que crean sus propios campos de fuerza, surgieron el
tiempo y el espacio. El tiempo mide la duración que tiene una relación causal y
el espacio mide su extensión. De este modo, ambos –el espacio y el tiempo– son
las medidas de la extensión y de la duración de un proceso. En ambos casos el
espacio y el tiempo miden una causa en relación a su efecto. Por una parte el
espacio mide la distancia entre una causa y su efecto y el cambio operado por
ambos. Por la otra el tiempo mide lo que demora una causa en afectar un efecto
y cuanto demora un cambio mientras ocurre. Cuando el cambio se mide a través de
la relación causal, el tiempo se vuelve irreversible, porque existe gasto de
energía y estructuración de algo. El espacio y el tiempo no sólo dependen de la
materia y la energía, sino que son temporal y naturalmente posteriores. El
tiempo es la tasa a la cual la energía se transfiere en un proceso. Si
Heráclito hablaba de devenir, lo correcto es hablar de procesos.
El
universo que devino del bigbang se caracteriza por ser un continuo cambio y
transformación. Pero todo cambio es un proceso que se desarrolla en el tiempo y
abarca un espacio definido. Específicamente, tanto como la estructuración de la
materia conformó el espacio (un espacio es inconcebible si no es parte de una
estructura), la funcionalidad de las estructuras que transforma la energía en
fuerza hizo posible el tiempo (el tiempo es generado por la relación causal).
La relación causal
La fuerza se ejerce
por el traspaso de energía entre dos cuerpos, y este traspaso se verifica a
través de la fuerza y produce el cambio, con lo que se explicita la relación
entre la causa y el efecto. La fuerza es la propiedad de la materia que permite
que sus partes se relacionen causalmente en sus distintas manifestaciones a
través de la energía. Toda relación de causa-efecto significa cambio y el
vínculo entre una causa y un efecto es la fuerza. Una causa es el ejercicio de
una fuerza que tiene por término un efecto. En la relación causal la causa
genera una fuerza que el efecto absorbe y, en esta acción, ambos son
modificados de alguna manera. La fuerza genera la relación causal al actualizar
la energía. Un efecto es producido por la fuerza, recibiendo la energía que
ésta porta. El ejercicio de una fuerza requiere contener energía en alguna
forma, ya sea acumulada, como portadora (energía potencial), ya sea en
movimiento, como transmisora (energía cinética). La fuerza es el vehículo de la
energía que transita a lo largo de un acontecimiento entre una causa y un
efecto. El cambio es el producto de la transferencia de energía por medio de la
fuerza que produce estructuraciones y desestructuraciones en los cuerpos
durante un acontecimiento o proceso.
Puesto que en toda
relación causal se produce una secuencia temporal, la fuerza es aquello que se
interpone entre el “antes” y el “después” de tal acontecimiento; ella
constituye el “ahora” del acontecimiento. En todo cambio hay traspaso de
energía de acuerdo a la primera ley de la termodinámica; todo cambio es
irreversible, según su segunda ley. Por lo tanto, podemos subrayar que la
fuerza genera el devenir y desarrolla el tiempo. Los acontecimientos conforman
un proceso que genera un tiempo y un espacio para efectuarse. Una relación
causal es el proceso, y depende de la cantidad de energía que se transfiere y
de la velocidad de la transferencia. Un cambio puede ser tan imperceptible como
la evaporación del agua en un vaso en el ambiente de una pieza o tan explosivo
como la oxidación de un volumen de hidrógeno. También entre la causa y su
efecto se genera un tiempo y un espacio, siendo la relación más rápida la que
alcanza la velocidad de la luz. El espacio generado en una relación causal
adquiere significación sólo cuando la causa y su efecto se relacionan entre sí;
antes son solo campos de fuerza de ambos, causa y efecto, que no se relacionan
aún.
Un solo
acontecimiento, una sola relación causa-efecto, no logra decirnos mucho acerca
del espacio-tiempo: tan sólo que un acontecimiento separa un antes de un
después en algún lugar. La dimensión espacio-temporal es el conjunto de los
múltiples acontecimientos particulares que están sucesivamente relacionados en
un proceso, porque se van actualizando en un tiempo determinado, que es el
presente para un determinado lugar del espacio. Pero esta dimensión no puede
ser únicamente lineal, ni tampoco unidimensional. El tiempo no es independiente
del espacio, pues la sucesión de acontecimientos no se da únicamente en un
punto espacial, sino que abarca un tejido interdependiente de distintos acontecimientos
cuya correlación es asunto de la posición en el espacio no sólo del observador,
que es un referente particular, sino del big bang, que es el referente absoluto
del universo. El universo es el conjunto de las interrelaciones causales que tiene
su origen en el big bang. Y a causa de este origen común y estar compuesto por
la misma energía, aquél tiene unidad y sus leyes naturales se cumplen en todo
tiempo y lugar.
La acción de la
materia no ocurre en el espacio-tiempo, sino que produce el espacio-tiempo. La
relación de causalidad se da tanto directamente, mediante el contacto entre
corpúsculos y cuerpos, como indirectamente, mediante los campos de fuerzas
gravitacionales y electromagnéticos. Einstein descubrió que el fotón es la
partícula encargada de las relaciones de causalidad electromagnética a
distancia. De modo distinto, sin intervención de una supuesta partícula
gravitacional, pero a causa de la funcionalidad gravitacional de la masa se
produce la causalidad de la gravitación, y ello es efecto de la expansión del
universo.
El espacio es
propio de la estructura, y el tiempo, de la fuerza. Entonces, nuestro universo
no es el campo espacio-temporal donde juegan fuerzas y estructuras, sino que el
juego mismo es el espacio-tiempo desarrollado por la interacción
fuerza-estructura. Si su origen primigenio fue una energía infinita contenida
en un no-espacio, su evolución en el curso del tiempo ha seguido el transcurso
de una continua y cada vez más compleja estructuración, la cual ha ido desarrollado
el espacio. En el universo existen un límite inferior y un límite superior para
la acción de la causalidad. El límite inferior es la dimensión del cuanto de
energía, dado por el número de Planck, y que determina la escala más pequeña
para la existencia de la relación causal. El límite superior para la relación
causal se refiere a la velocidad máxima que puede tener el cambio, que es la de
la luz.
La explicación de
las anteriores afirmaciones se encuentra en dos consideraciones que son
importantes. Por una parte, la energía no tiene existencia en sí misma, sino
que a través de la materia. La materia en sí misma es condensación de energía.
Pero también la materia es el medio a través del cual la energía fluye de un
lugar a otro. Por la otra, la materia no es un algo indiferenciado, sino que
estructurado. Al decir estructurado me refiero a dos características. En primer
lugar, una estructura está compuesta por estructuras de escalas menores y forma
parte de estructuras de escalas mayores, y en segundo término, toda estructura
es específicamente funcional, es decir, emplea la energía para ejercer fuerza
de manera específica. Las leyes de la termodinámica se refieren a la cantidad
de energía. Evidentemente, la energía puede medirse por la cantidad, pero en la
energía convertida en fuerza gracias a la funcionalidad específica de cada
estructura se mide más bien la calidad. Por ejemplo, la energía contenida en el
azúcar que la sangre lleva al cerebro es transformada por las neuronas en
complejos pensamientos, tales como relacionar conceptos tan abstractos como
materia, energía, estructura y fuerza. Así, en este ejemplo se pueden
distinguir la física, la química, la biología, la psicología y la filosofía.
En síntesis, puntos atemporales y adimensionales de energía,
condensadas en masas y cargas eléctricas funcionales y estructuradas
naturalmente según las “leyes naturales”, generan espacio-tiempo al interactuar
entre sí. Inversamente, masas y cargas eléctricas estructuradas en la escala
máxima de estructuración, que es la conciencia de símisma de la persona,
generan racional, afectiva y efectivamente productos psíquicos unificados que
estructuran la energía indeleblemente al “reflexionarla” en conciencia profunda,
como intentaremos ver a continuación.
LA ENERGÍA EN LA PARAFÍSICA
Todo el universo está hecho de energía y nada de lo que
allí pueda existir puede no estar hecho de energía. Incluso aquello que
llamamos espíritu es energía. El universo conforma una unidad en la energía y
no admite dualismos espíritu-materia, como los postulados por Platón,
Aristóteles o Descartes. La diferencia entre el mundo físico y el mundo
para-físico es que el primero es condensación de energía en materia
estructurada y podemos sentir sus efectos, en cambio, el segundo no lo
sentimos, pero podemos postular que su energía puede estructurarse en unidades
que no son perceptibles por no tener efecto en la materia. Lo “espiritual”
vendría a ser la estructuración de la energía a través de la conciencia
profunda. El dominio de la ciencia está
limitado a lo que puede ser empíricamente estudiado y probado, que es
virtualmente todo lo que sabemos con mayor o menor certeza. En consecuencia,
aquello que estamos postulando aquí está al margen de nuestro conocimiento, lo
que no significa que no pueda pertenecer a la realidad del universo, ya que
ésta es más grande de lo que podemos conocer. Además, está en línea con los
fenómenos parapsicológicos.
Si uno acepta que
todo lo que existe en nuestro universo está compuesto de materia y energía, la
pregunta ¿qué parte de mí puede subsistir a mi muerte, si acaso algo puede
subsistir? genera más preguntas de las que responde. Así, ¿qué naturaleza
tendría ese algo?, ¿cómo se generaría ese algo?, ¿cuál sería su sustento?, ¿se
identificaría ese algo con el yo?, ¿qué es el yo?, etc. Cualquier respuesta que
se puede dar entra en el terreno de la hipótesis. Además, estas preguntas
tratan de asuntos imposibles de verificar experimentalmente por pertenecer a un
ámbito que existiría más allá de nuestra experiencia empírica.
Un principio de
respuesta se encuentra al considerar la idea de “conciencia”. Allí podemos
distinguir al menos tres tipos de conciencias progresivas e incluyentes. 1.
Conciencia de algo en tanto sujeto de una acción que puede afectarme. En esta
categoría están los fenómenos naturales, incluyendo las acciones instintivas de
los animales, y las acciones intencionales de otras personas. 2. Conciencia de
sí en tanto saber primero que se es parte individual de un entorno de tiempo y
espacio, y segundo que se es sujeto de acciones tanto físicas e instintivas
como intencionales que afectan a otros. 3. Conciencia profunda en tanto saberse
y sentirse sujeto con un yo mismo que es singular y subsistente.
Desde
el big bang, toda la evolución del universo ha consistido
en que la energía primordial se ha transformado en estructuras materiales cada
vez más complejas y de escalas cada vez mayores siguiendo el código impreso en
la misma energía, que son las leyes naturales. Con la aparición del ser humano,
como ser inteligente y libre, por vez primera en esta historia la
estructuración llega a ser de la misma energía. Una persona puede ser definida
por las funciones de su cerebro material compuesto por neuronas,
neurotransmisores e impulsos eléctricos. Éste es capaz de generar un
pensamiento reflexivo que es tanto abstracto como racional, pudiendo producir
primariamente conceptos y conclusiones lógicas, y secundariamente, a partir de
la combinación con la afectividad y la efectividad, producir sentimientos e
intenciones. En una primera instancia esta multifuncionalidad de sus
subestructuras psíquicas es unificada por la conciencia de sí, preocupada como
el resto de los seres vivos por sobrevivir y reproducirse. En una segunda
instancia, cuando la persona reflexiona sobre el por qué de sí misma, llegando
a la conclusión de su propia y radical singularidad, la multifuncionalidad
psicológica es unificada por y en su conciencia profunda, o yo mismo.
La mismidad
La estructura
funcional que nos preocupa ahora es el ser humano. Entre sus subestructuras, se
encuentra un cerebro. Incluido el de los animales con sistema nervioso central,
ésta es la única estructura en el universo conocido que entre sus funciones
posee funciones psicológicas. Lo que caracteriza exclusivamente el cerebro
humano son las funciones psicológicas de un intelecto con pensamiento
abstracto-racional, una afectividad de sentimientos y una efectividad
intencional y libre. Precisamente, en estas características el cerebro humano
se diferencia de la estructura psíquica común a los animales superiores, la que
se caracteriza por desenvolverse en una escala inferior respecto a lo humano,
ya que posee las funciones psicológicas del instinto, las imágenes y las
emociones. El cerebro humano genera un pensamiento reflexivo que es abstracto y
racional, pudiendo producir primariamente ideas y conclusiones lógicas, y
secundariamente, a partir de la combinación con la afectividad y la
efectividad, producir sentimientos e intenciones. Estas funciones específicamente
humanas definen al ser humano como persona. Las estructuras cerebrales que las
generan no aparecieron desde un supuesto “Mundo de las Ideas”, sino que
surgieron en el muy material curso de la evolución biológica.
En una primera
instancia esta multifuncionalidad de las subestructuras psíquicas humanas es
unificada por la conciencia de sí, preocupada como el resto de los seres vivos
por sobrevivir y reproducirse. La ventaja de la conciencia de sí fue un salto
cuántico importante en el proceso de la evolución biológica. A diferencia de la
conciencia de lo otro, común a humanos y animales, la conciencia de sí
reflexiona sobre sí misma en su relación con otros individuos, sean cosas
inanimadas, animadas o semejantes, y proyecta y determina cursos de acción
intencional relacionados principalmente con la supervivencia y reproducción
propia. La generación del yo individuo, como estructura psíquica, se asienta en
la materialidad biológica de un cerebro constituido de células muy
diferenciadas –las neuronas– y es producto de la mente humana –sus funciones
psicológicas– en toda su actividad racional y abstracta, en su afección de
sentimientos y en su consiguiente proyección intencional. Como en los animales,
la naturaleza de esta estructura psíquica no es propiamente material, en el
sentido de consistir en átomos y moléculas, sino que es el producto de las
fuerzas fundamentales mediadas por la compleja estructura neuronal del cerebro
y constituyen una estructura de energías específicas, principalmente de carácter
electroquímico.
En una segunda
instancia, cuando la persona reflexiona íntimamente sobre el por qué de sí
misma, llegando a la conclusión de su propia y radical singularidad, la
multifuncionalidad psicológica es unificada por y en la conciencia profunda, o
yo mismo. Lo crucial de esta actividad es que este yo mismo refleja el yo
individual dentro de una cosmovisión particular que el yo va conformando,
generando y creando en su propia historia de experiencias, vivencias, conocimientos,
sentimientos y acciones intencionales. Esta cosmovisión refleja el proyecto de
vida que la persona construye. Es variada y puede ir desde un egocentrismo
enfermizo hasta la pérdida de la propia identidad, propia de las idolatrías.
Ciertamente, una cosmovisión verdadera debe estar en sintonía con la realidad y
la posibilidad de una transcendencia. En esta cosmovisión se perfilan lazos de
amor, solidaridad, bondad y misericordia. En esta acción cognoscitiva, afectiva
e intencional el yo adquiere, por así decir, autonomía e independencia de la
materia del universo. Esta reflexión amplía la conciencia de sí individual para
descentrar la acción de sí mismo para considerar y valorizar la complejidad del
universo, incluyendo una intuición de lo transcendente.
La generación de una mismidad
singular como reflejo las actividades psicológicas humanas es el máximo logro
de la evolución de la materia. Ocurre cuando la materia-energía, a través de la
actividad inteligente, afectiva e intencional de la persona en su conciencia
profunda, estructura la energía en una identidad psíquica que comprende la
totalidad de la singularidad de su persona. Existe una conversión de lo
material en energía, pero no se trata de una regresión ni se explica tampoco
por la famosa ecuación E = mc², sino de la generación de una estructura única
inmaterial. En efecto, este yo mismo o mismidad es precisamente lo esencial de
la persona, lo que la constituye. Hipotéticamente hablando, en tanto el yo
mismo se establece en una escala superior a partir de una unidad discreta no
material, sino únicamente de las energías que caracterizan las funciones
psicológicas, esta reflexión introspectiva de la conciencia profunda va
generando durante el curso de la vida una estructura inmaterial de energías
diferenciadas, la que se va constituyendo en forma independiente de las leyes
de la termodinámica y, por lo tanto, subsistente, única e irrepetible.
La energía que la
conciencia profunda estructura es lo que corrientemente se llama alma
espiritual. Esta alma no es una cosa, ya que no contiene materia. Tampoco es
por tanto objeto de conocimiento sensual. Simplemente existe y se identifica
plena y totalmente con el yo mismo. La estructuración de la energía que
una persona efectúa en el curso de su vida se realiza en el tiempo y el espacio
y en la racionalidad, los sentimientos y la intencionalidad. Todas estas
características serían partes integrantes de esta estructuración y le
conferirían un modo de ser y actuar para
una eternidad.
En resumen, en la
escala de la estructura humana de la cognición, la afectividad y la efectividad
nosotros encontramos respectivamente el pensamiento racional y abstracto, los
sentimientos y la acción intencional. En esta escala los productos psíquicos
del sistema nervioso central se unifican en la conciencia de sí, que de todos
los seres en el universo sólo los humanos tenemos la capacidad para
estructurar. Cuando las representaciones abstractas y lógicas, los sentimientos
desprovistos de pulsiones biológicas y la voluntad libre reflejan su singular
mismidad, que es el cuestionarse sobre su existencia, surge o se estructura la
conciencia profunda en la persona. Esta estructuración es en efecto una
estructuración de la energía. Y aunque estos contenidos de conciencia unificados
ahora en la conciencia profunda estén asentados en el sustrato material de la
estructura neuronal, sus neurotransmisores y sus impulsos eléctricos, pasan a
independizarse de la materia y a tener existencia subsistente en la unidad de
esta conciencia, pues ésta ya no constituye una estructura de la materia, sino
de la energía. Es así que los seres humanos somos los únicos seres del universo
que producimos estructuras de energía.
La muerte
Se puede dramatizar
el hecho de la muerte hasta la locura. El hecho frío es que con la muerte se
termina inexorablemente la vida, en el sentido de centro unificador del
organismo biológico para sus fuerzas biológicas dirigidas hacia su
preservación, desarrollo y reproducción, y que es sustentada por la energía
física que se transforma en fuerza gracias a procesos metabólicos internos
según las órdenes codificadas de su genoma. El cerebro se desintegra
rápidamente apenas la persona muere, y sin cerebro cesan las capacidades
intelectiva, afectiva e intencional. En organismos biológicos superiores los
instintos de su sistema nervioso central coordinan más eficientemente esta
acción biológica que está dirigida a actuar motoramente sobre el medio externo
a través de la combinación del sistema muscular y el sistema óseo; en el caso
de los seres humanos, la acción rectora es la acción intencional, que
autodetermina su desarrollo y crecimiento personal.
La muerte acaba con
las relaciones de causalidad entre un organismo biológico y su medio físico o
entorno natural. El término definitivo de estas relaciones causales está
describiendo la incapacidad para existir en la naturaleza y lo que eso
significa: el organismo no podrá tener nunca más sensaciones de gratos aromas,
percepciones de bellos paisajes, emociones de placer. Tampoco podrá tener
sensaciones de dolor ni emociones de sufrimiento. En el caso de una persona,
desde el momento de la muerte ella jamás podrá ejecutar obras, desde su
concepción y planificación hasta su ejecución y término. La muerte termina
definitivamente con toda posibilidad de afectar y ser afectado por la materia.
Es posible considerar
una respuesta para la siguiente pregunta: ¿qué es lo que pervive de una persona
cuando muere, si acaso algo puede subsistir? Tradicionalmente se habla de alma
o espíritu para designar aquello del ser humano que subsiste a la muerte,
llamándose al cuerpo material que se corrompe, ‘los restos mortales’. Pero ¿qué
significado pueden tener tales conceptos que son tan equívocos y que se
refieren a cosas inmateriales en una realidad que es material y objeto del
conocimiento científico?
Cuando la muerte
sobreviene, destruyendo la maravillosa estructura corporal de la persona y
degradándola hasta sus componentes moleculares y atómicos básicos, lo que
subsistiría será la estructura puramente de la energía diferenciada del yo
mismo que se unifica en la conciencia profunda. Esta estructura de la energía
sería una síntesis psíquica de la persona singular, con sus recuerdos,
conocimientos, afectividades e intencionalidades. La persona muerta buscaría
naturalmente vincularse con materia para poder manifestarse y ser funcional.
Pero esta energía, aunque sea una entidad identificada con un yo mismo, no
puede existir por sí misma, de la misma manera que la energía primigenia que
dio origen al big bang estuvo contenida en el contenedor primordial.
Ciertamente, en su origen y desarrollo posterior, la energía psíquica necesitó
asociarse a la materia del cerebro, y el celebro no es más que una
subestructura del cuerpo. Cuando la muerte llega, el cuerpo deja de ser viable
y la energía psíquica queda libre.
La existencia transcendente
El efecto irreparable
de la muerte de un ser humano es el yo mismo que deja de tener la posibilidad de
vincularse a la materia. Tampoco puede conformar un cuerpo humano nuevamente.
Simplemente no existe la posibilidad de reencarnación. La muerte supone el
rompimiento irreversible del vínculo del yo mismo con su cuerpo material, ahora
manifiestamente incapaz de subsistir. Ahora reducida a lo fundamental de su
ser, que, como se expresó más arriba, es una estructura muy especificada de
energías unificadas en la conciencia profunda, la persona necesitaría y
buscaría afanosamente un contenedor de dicha estructura de energías para poder
manifestarse y expresarse otra vez. En su nuevo estado de existencia la persona
se libera de la entropía, del consumo de energía de un medio material. Esto
significa también que su acción ya no puede tener efectos en el universo físico.
Posiblemente, la mediunidad se refiera a la capacidad de una persona viviente
de interconectar una estructura de energía de alguien vivo o muerto con un
medio material para que esta psiquis o conciencia pueda manifestarse en algún
modo de comunicación.
Para una existencia
transcendente después de su vida biológica una persona necesitaría muy poco de
su anterior vida. Desde luego, el conocimiento que una persona acumula durante
su vida tiene utilidad únicamente para su vida terrena, ya que solo le sirve
para sobrevivir y relacionarse con las cosas, animales y los otros seres
humanos vivientes. El conocimiento es producto de la experiencia de un mundo
muy complejo, pero también muy particular. De hecho, gran parte del
conocimiento es de este tipo. Toda la tecnología, la historia, las ciencias,
las normas, el lenguaje, la cultura, etc., dejan de importar para la existencia
que vendría tras la vida. Puesto que el conocimiento natural y cultural es
funcional para su supervivencia y reproducción, nada de éste sirve cuando ni la
supervivencia ni la reproducción dejan de ser metas válidas. No obstante, este
conocimiento forma parte de los frutos del vivir y nos posibilita vislumbrar lo
transcendente. Además, sin este conocimiento no habría posibilidad de transcendencia.
Lo mismo cabe decir
de los sentimientos que acompañan al conocimiento y a la proyección de éste en
la intención y la voluntad. Y la vida humana no es sólo un asunto de
supervivencia y reproducción; es de manifestación de sentimientos y valores
humanos. Lo que la psique humana crea son relaciones con otras personas, las
cosas y también la transcendencia. La moral, tan denostada por el pragmatismo o
el egoísmo, es central a la hora de valorar el sentido de la vida de una
persona. Pero la evaluación moral es íntima y la realiza una persona en su
conciencia antes de una acción intencional suya, y es, por tanto, subjetiva;
nadie puede juzgar la intención, pues no se ajusta a parámetros objetivos, como
sí es objetivamente enjuiciable la acción y los efectos que se derivan de allí,
si se presupone que hubo intencionalidad.
La cosmovisión que
una persona forja en su vida resultaría decisiva para una existencia después de
la muerte. Una cosmovisión es el resultado de un esfuerzo intelectual y
consciente de aprendizaje y reflexión que se debate entre el amor y el
egocentrismo. En esta perspectiva, la proyección de una vida humana resulta
significativa en lo que subsiste después de la muerte. El punto decisivo de una
cosmovisión que se proyectaría a lo transcendente sería cuan central está el
propio ego, algún ídolo o la misma transcendencia. Esto tiene importancia en
cuanto al ordenamiento de sus valores o axiología personal que determinan la
intención del accionar de una persona. En una cosmovisión donde la
transcendencia es central, se reconoce que todas las personas sin exclusión
tienen dignidad. Todo ser humano tiene potencialmente un destino transcendente,
a pesar de su relativa pobreza y de los impedimentos para alcanzarlo, que son
proporcionalmente mayores en razón de la meta a alcanzar. Cuando la
transcendencia es central, la actitud que prevalece es el amor, la compasión,
la misericordia, la asistencia bondadosa. Igualmente, frente a las cosas y a la
naturaleza, la actitud moral correcta es de admiración, utilización sobria,
preservación y cuidado.
La esperanza que
tenemos es que quien en su vida ha añorado la transcendencia, buscándola,
estaría finalmente en condiciones de llegar a ella cuando muere, como una
crisálida que termina transformándose en una bella mariposa. Al no estar
inmerso en la materialidad, ya no se interpondría el espacio-tiempo que lo
mantiene separado de ella, como en un capullo. En el fondo se trata del
proyecto de vida que la persona ha determinado construir. Si este proyecto ha
sido puramente inmanente, la muerte lo arrasará como la ola se abate sobre el
castillo de arena. En cambio, si el proyecto de vida que la persona ha diseñado
tiene lo transcendente como su fundamento, la plenitud de su existencia la
encuentra después de su muerte.
(Queda por
dilucidar qué propiedad poseería la energía para a partir de la conciencia de
sí pueda ser estructurada enconciencia profunda subsistente e inmaterial y adquirir identidad)
Nota del Autor:
El material de este
ensayo ha sido extraído principalmente de mi Libro I, La materia y la energía (ref. http://unihum1.blogspot.com/), y en su
última parte de mi Libro VIII, La flecha
de la vida (ref. http://unihum8.blogspot.com/),
Capítulo 6.